De sobra son conocidos los numerosos beneficios que aporta el hábito de la lectura en todas las edades. La lectura favorece un mejor desarrollo psicológico, afectivo y cognitivo en los niños, dándoles la oportunidad de experimentar sensaciones con las que disfrutan, aprenden y maduran. Sin embargo, hay niños que no se sienten motivados por la lectura y, por tanto, les cuesta coger un libro y disfrutar de él.

¿Qué puedo hacer para que mi hijo/a se interese por la lectura?

Es muy importante que no forcemos al niño a hacer algo que, por ahora, no le motiva. En este sentido, hay una serie de consejos que podemos seguir para lograr que nuestro hijo vaya, poco a poco, interesándose por la lectura:

Los expertos dicen...

«Leer en voz alta en grupo transforma un ejercicio intelectual en una experiencia social. Cuando nos leemos (sin las presiones del estudio, la memorización, etc) activamos tres funciones básicas: nos comunicamos, nos entretenemos y aprendemos«. Jorge Casesmeiro, asesor del Colegio de Pedagogos de Madrid. «Para aprender a leer necesitas libros, pero también precisas que alguien te muestre cómo conectarlos con tu vida. Una cosa es la disponibilidad material: tú tienes que tener libros para poder aprender a leerlos. Otro aspecto es el acceso y esto tiene que ver con que alguien te muestre cómo se utilizan… Implica también darte cuenta del beneficio que tienen para ti y cuando esto ocurre es cuando tú empiezas a generar motivación para aprender a hacerlo y lo personalizas». Daniel Cassany, profesor de Análisis del Discurso en Lengua Catalana de la Universidad Pompeu Fabra.   Ya sean divertidas, tristes, sorprendentes, emocionantes o varias cosas a la vez, las buenas historias son las que enganchan y ya no podemos dejar. Y esto ocurre en todas las facetas de la literatura. Sólo es cuestión de acercar a los niños a aquellos libros que los «atrapen».

Según el psicólogo estadounidense Daniel Goleman, la inteligencia emocional es “la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien las emociones, en nosotros mismos y en nuestras relaciones”.

Emoción, pensamiento y acción son tres elementos que están interrelacionados. Es decir, nuestras acciones son fruto no sólo de lo que pensamos sino también de lo que sentimos, de nuestras emociones.

gestión emociones

¿Por qué es tan importante aprender a gestionar las emociones?

La respuesta a esta pregunta es bastante sencilla: porque son las emociones las que nos dirigen. Son el motor de nuestra conducta, sea buena o mala. Influyen en nuestras decisiones y nos permiten conocernos y entender a los demás.

En función de cómo se manifiesten nuestras emociones, podemos convertirnos en personas integradas o excluidas socialmente. Es más, investigaciones en este campo, han puesto de manifiesto que el éxito en la vida depende de cómo manejemos nuestras emociones y de la capacidad para resolver las dificultades relacionadas con nuestras propias emociones y las de los demás.

 

¿Qué papel juega la inteligencia emocional en la infancia?

La infancia es una etapa fundamental en el aprendizaje del manejo y control de las emociones ya que es el momento en que mejor se adquieren los aprendizajes. El conocimiento, comprensión y control de las emociones en los niños es fundamental para que se desenvuelvan de manera adecuada en sociedad.

El psicólogo Mark Greenberg ha demostrado a lo largo de una investigación desarrollada con niños durante más de 30 años que cuando se les enseña habilidades para calmarse, se les explica cómo identificar sus sentimientos y cómo hablar adecuadamente sobre ellos, mejoran de un modo natural sus habilidades para relacionarse con los demás y también, sus habilidades académicas.

La ciencia está corroborando ahora que la gestión de las emociones básicas y universales debería preceder a la enseñanza de valores y por supuesto de contenidos académicos ya que los niños se juegan con ello su vida de adultos. Un niño que conoce y sabe gestionar sus emociones no sólo tendrá mejores resultados académicos sino que estará más preparado para el mundo laboral.

 

¿Cómo podemos fomentar la inteligencia emocional en los niños?

Hay una serie de principios que rigen una educación emocionalmente inteligente:

Reconocer las emociones básicas.  A partir de los dos años, cuando el niño empieza a  interactuar de manera más activa con su entorno, es una edad ideal para que el niño aprenda a identificar las emociones. ¿Cómo? Mediante cuentos, dibujos… les haremos preguntas del tipo: «¿Qué le pasa a este niño?», «¿Por qué crees que se siente así?»; jugando le enseñaremos a relacionar gestos con emociones.

Saber nombrar las emociones. A partir de los 5 años, el niño ya debería ser capaz no sólo de identificar sus emociones sino de llamarlas por su nombre. Por ejemplo: “estoy contento porque vamos al parque”, “tengo miedo si apagas la luz de mi habitación”.

Desarrollar su empatía. Hay que hacer que el niño aprenda a empatizar con quienes están a su alrededor, que sea consciente de que cada persona siente, piensa y necesita igual que él o ella. Con cada una de sus acciones hacia otras personas deberá reflexionar como se sentirá la otra persona al respecto.

Desarrollar su autoestima. Deberemos recordarle siempre sus puntos fuertes. La autoestima es la base de la inteligencia emocional.

Desarrollar su comunicación. Motivarlo para que exprese lo que siente con palabras. Hablar con él, hacerle preguntas, poner ejemplos, razonar.

Controlar su ira. Según el neuropsicólogo Richard Davidson, “las emociones negativas interfieren en el aprendizaje de los niños”, por ello es fundamental que el niño aprenda a canalizar este tipo de emociones.

Dar ejemplo con el buen manejo de nuestras emociones.

Fomentar un diálogo democrático. Es importante que los niños aprendan a encontrar una solución democrática cuando se produce una situación de conflicto. Esto les será de gran ayuda cuando lleguen a la adolescencia y surjan en sus vidas emociones de tipo secundario como la vergüenza, el amor, la ansiedad, la frustración…

Los niños emocionalmente inteligentes serán en el plano social más cooperativos y tendrán una mayor habilidad para relacionarse. En el plano cognitivo, serán más eficaces, más enérgicos, con menores interferencias afectivas y más capaces de alcanzar metas.

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